Nos ha costado más de lo que pensábamos recuperarnos del jet-lag. Las 14 horas de diferencia respecto a Nueva York y las otras 6 respecto a Barcelona, han hecho de nuestro ritmo vital un embrollo difícil de reorganizar. La falta de descanso real en el viaje en avión y el brutal cambio horario han conseguido que nos despertáramos cada día entre las 3 y las 5 de la madrugada (no importa las valerianas o lo cansados que estuviéramos el día anterior) y que tuviera que pasarme el día estirada por los sitios, medio mareada, como si estuviera en un barco. Arnau lo ha llevado mejor – siempre se adapta más rápido.
¿Vale, pero cómo es Melbourne?
Hemos salido poquito pero ya hemos visto bastantes cosas. Melbourne es una ciudad de un tamaño muy agradable, fácil de recorrer a pie. Muy distinta de Nueva York y parecida a las ciudades europeas y mediterráneas.
En parte, Melbourne se parece a Berlín, pero con mejor clima (o eso esperamos). Tranvías, parques enormes, un río que cruza la ciudad, mucho espacio, graffitis, arte por todos lados, artesanos vendiendo en las calles, muchos cafés donde tomar algo, y, sobre todo, esa multiculturalidad y sensación de que aquí hay espacio para todo el mundo.
Aquí no hay bocinazos; apenas hay tráfico. El centro está lleno de tranvías. Y los edificios antiguos (teniendo siempre en cuenta que Melbourne tiene 178 años de historia) conviven con los ultra-modernos, contemporáneos, con un look incluso futurista. Vivimos cerca de la plaza central, Federation Square, y vamos andando a casi todas partes. No sabéis lo agradable que es volver a pasear sin prisas y sin necesidad de subir al metro para moverse.
También se parece a Barcelona por su playa (St Kilda) con un precioso paseo que el domingo se llena de gente paseando, corriendo o tomando el sol. En toda la ciudad hay un gran ambiente por las calles, pero no es nada estresante, al contrario, todo es muy tranquilo, sin prisas, muy laid-back -viniendo de Nueva York, parece fácil que sea así, verdad?
Por ahora no hemos tratado con muchos australianos (aparte de nuestros partners de intercambio) pero a nivel turístico son un encanto con nosotros —y la oficina de turismo es la mejor preparada que he visto. Hay un shuttle-bus turístico gratuito (cinco dólares australianos a partir de octubre) en el que puedes subir y bajar tantas veces como quieras – y la conductora que nos llevó era más divertida que Andreu Buenafuente. Algo curioso de lo que ya nos habían avisado es de la cantidad de asiáticos que hay. Turistas y también locales, hijos de inmigrantes.
Aquí, vamos ocho horas por delante de la hora central europea, así que hemos cambiado nuestro ritmo turístico-laboral. Si en Nueva York trabajábamos por la mañana y salíamos por la tarde, aquí solemos hacerlo al revés: por la mañna, mientras Europa se va a dormir, salimos a ver cosas; y por la tarde trabajamos aprovechando que Europa se despierta. El problema es que cuando empezamos a recibir emails (a partir de las 18-20h), nosotros ya estamos mentalmente cansados. Sin embargo, sienta bien esto de levantarse y saber que tienes 8 horas por delante para hacer las cosas y entregarlas a tiempo, antes de que los demás se despierten 🙂
Dicen que en Melbourne se ven las cuatro estaciones en un sólo día. Y en esta semana ya lo hemos podido constatar. El tiempo es totalmente imprevisible. En un mismo día llueve, sale el sol, hace calor, sopla un viento fuerte y hace frío. Hay que salir preparados de casa con paraguas, chaqueta, jersey y también gafas de sol.
El deporte es una constante en la ciudad. Algunos van en bici, otros muchos corren y algún que otro rema por el río. Hemos coincidido con la Gran Final del fútbol australiano (y tras 3 horas de partido, creo que entendemos las reglas) y hemos comprobado la devoción de este país por el deporte -y por el civismo.
Hay un sistema de bike-sharing que queremos probar. Sin embargo, antes queríamos estar seguros de haber superado el jet-lag y de entender cómo se circula por la izquierda.
Melbourne nos resulta familiar: el fish and chips, la cultura del café, los viñedos en las afueras de la ciudad, las pizzas (aquí también hay un «Little Italy»), la playa… No sabíamos qué nos íbamos a encontrar, pero Melbourne ha superado (con creces) nuestras expectativas. Hay muchas cosas que hacer (teatro, cine, festivales…) y aventuras por descubrir (canguros y pingüinos incluídos) — no habrá tiempo para aburrirse, si el clima y el trabajo nos lo permiten.
Fins aviat!