En el Aiguille du Midi, a 3.800 metros, empieza el descenso fuera pista más conocido del mundo: la Vallée Blanche. Más que una bajada esquiando es una excursión de alta montaña por el esfuerzo que supone y la variedad de «pruebas» a superar. El pasado fin de semana bajamos la Vallée Blanche por primera vez y aquí estamos: ¡hemos sobrevivido! Tal hazaña merece ser explicada para que futuros esquiadores (un poco miedosos o nerviosos, como yo) puedan ver en qué consiste exactamente el trazado y con qué van a encontrarse. Sin embargo, debo avisar que, al ser fuera pista, no hay máquinas que pisen la nieve cada vez que cae, así que la dificultad del descenso puede variar según si acaba de nevar o hace varios días que está pisada (a más nieve virgen, más costoso y complicado).
Mucho mejor con un guía
Cuando nos planteamos la posibilidad de bajar la Vallée Blanche, no dudamos en ningún momento sobre reservar un guía que nos acompañara. Y tras la experiencia, estoy todavía más convencida de que el descenso es mucho mejor (y más seguro, por descontado) con alguien que conozca bien el terreno.
Bajando desde la Aiguille du Midi con cuerdas y arnés, siguiendo los pasos de nuestro guía
Reservamos un guía con la Compagnie des Guides de Chamonix, de forma online, muy cómodo y rápido. Su atención al cliente fue excelente. Tienen varias opciones para grupos (por ej: 290€ para un grupo privado de 4 personas). Nuestro guía nos esperó en Chamonix, en la estación del teleférico para subir al Montblanc. Allí nos recogió y no nos soltó hasta la vuelta. Muy majo, Jean Philippe! 🙂 Iba equipado con cuerdas y nos colocó un arnés, además de un sistema de emergencia para avalanchas -afortunadamente, no tuvimos que utilizarlo.
Lo bueno de los guías es que conocen los trucos para bajar más fácil y seguro, y adaptan el descenso al nivel de esquí de cada grupo. Es prácticamente como una clase de esquí particular fuera pista. Va siempre delante mostrando el camino más sencillo y parando a descansar muy a menudo para que todo el mundo siga bien y se puedan hacer fotos. Saben mejor que nadie que se trata de una excursión turística. Están acostumbrados a bajar la Vallée Blanche tres o cuatro veces por semana y conocen la montaña al dedillo.
Sin duda, recomiendo absolutamente reservar un guía. Como leímos en algunos foros, los fines de semana la Vallée Blanche está llenísima de gente y es muy sencillo seguir el camino del descenso, pero con el guía tienes el valor añadido de conocer detalles del glaciar, aprender a disfrutar la montaña y la seguridad de no agobiarte si ocurre algo.
Si fuera una pista, sería de color rojo oscuro
Personalmente me preocupaba mucho el nivel de esquí necesario para bajar la Vallée Blanche. Había leído en foros que con un nivel de rojas, se podía bajar tranquilamente. Y sí, más o menos es así, aunque hay que avisar que en algún tramo el rojo tiende a negro, según la cantidad de nieve (y baches) que haya. No es un descenso muy inclinado (incluso hay un tramo largo que es casi llano) pero los baches y la estrechez de algún tramo lo complican. A mí lo que más me impresionaba era el vacío de la montaña y las grietas del glaciar. Un paso en falso con el esquí y nos íbamos glaciar abajo (!!!). En esos momentos, simplemente intentaba seguir los trazos exactos del guía e imitarle para bajar lo más segura posible sin caer. Además, hay que añadir que arriba del todo notas que falta el aire y te cansas un poco más.
Bajando junto a las grietas del glaciar. Algo espectacular y peligroso a la vez.
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Alto componente de esfuerzo físico y resistencia
Lo que no sabíamos era que gran parte del desgaste del descenso no sería por bajar esquiando sino por ir superando tramos de mucho esfuerzo físico, debido a la naturalidad del terreno. El descenso en sí cansa como cualquier día duro de esquí, pero lo que te remata físicamente es la fuerza y resistencia que debes demostrar en algunos tramos en los que hay que andar, remar o subir una cuesta. Es por eso que creo que deberían avisar que además de un fuera pista muy concurrido, la Vallée Blanche se trata de una excursión de alta montaña. A continuación, detallo tramo a tramo el recorrido explicando precisamente esos tramos más costosos.
De camino al refugio, un camino inclinado que requiere una buena remada para llegar
El trazado de la Vallée Blanche, tramo a tramo
El descenso empieza sin esquís. Desde la Aiguille du Midi hay que bajar andando por una cuesta, un tanto vertiginosa pero asegurada con cuerdas. Yo diría que son unos 300 metros y si el guía os ve poco preparados (como a nosotros) os lleva él los esquís, así puedes agarrarte a la cuerda con dos manos xD
Al llegar a una pequeña llanura, todo el mundo se calza los esquís y empieza una bonita bajada sencilla y preciosa. Es un tramo ancho, fácil y sin baches, muy relajado para pillarle el gusto a bajar el Montblanc. Esta es la opción sencilla; «La Clásica», como le llaman allí. Para los más aventureros hay un tramo más técnico e inclinado al inicio.
Camino a bajar desde Aiguille du Midi. ¿Veis la gente abajo, con los esquís puestos?
Cuando ya llevas un buen rato y te convences que la cosa no era para tanto, viene la parte más técnica y complicada: un tramo lleno de grandes baches, con las grietas del glaciar justo al lado. Por suerte es corto y con un poco de morro, se puede bajar bien -y lo dice una a la que no le gustan nada los baches.
Pasado el mal trángulo, hay la opción de ir al refugio de montaña donde sirven comidas (y venden botellas de agua a 5 eurazos). Sin embargo, para llegar hay que ir por un caminito muy estrecho y con un poco de subida, por lo que remar es obligatorio (y haciendo fuerza para superar la subida) y llegas prácticamente sin aliento. Cuando vas con guía, la parada al refugio es muy habitual, pues ellos se reúnen a la hora de comer, como si se tratara de la hora del recreo 😉 Mientras, los turistas recuperamos fueras tumbados en la nieve o sentados en alguna roca. Hay opción de llevar un picnic también.
El tramo más técnico y complicado de la Vallée Blanche: los baches, junto a las grietas del glaciar
En la llanura, una vez superada la parte técnica. Desde aquí, el glaciar es precioso!
Tras el refugio y un pequeño tramo técnico, llega el momentazo llanura. Un amplio paso entre montañas, muy sencillo, en el que no hace falta remar y el paisaje es precioso. Todavía con el glaciar al lado, hay la opción de entrar en algunos tramos de glaciar para esquiarlo «por dentro», haciendo pequeñas y divertidas «half pipes». Esa parte no era para nada peligrosa comparada con el tramo de baches…
Y bajando, bajando, sin demasiados problemas, se llega ya al final del glaciar «La Mer de Glace» en el que encontramos una preciosa sorpresa: una enorme cueva natural de hielo, que dicen que en uno o dos años desaparecerá. Por el calentamiento global, el glaciar retrocede cada año y va cambiando su forma.
Dentro de la cueva de hielo del glaciar de la Mer de Glace
Dentro de un mini túnel en la cueva de hielo del glaciar de Mer de Glace
Llegados allí, viene la mala noticia: hay que quitarse los esquís y subir una montaña de un desnivel de 100 metros.Y eso te mata las pocas fuerzas que podían quedarte. El caminito que hay que subir es casi como una peregrinación por la cantidad de gente que hay. Una vez arriba, hay un refugio para descansar. Y luego, todavía queda una buena hora de descenso, por una pista forestal estrecha y llena de curvas. Pero ya Chamonix está cada vez más cerca. Esta parte final fue muy engorrosa porque en varios tramos no había apenas nieve y teníamos que quitárnoslos y andar por el barro. Y cuando había nieve para esquiar (nieve primavera por la poca altura), igualmente teníamos que hacer cuña porque no había ni siquiera espacio para girar tranquilamente sin irte montaña abajo.
Peregrinación con los esquís a cuestas, para seguir el recorrido hacia Chamonix
Balance positivo a pesar del cansancio
Existe otra opción menos cansada para el tramo final, que es coger el tren de vuelta a Chamonix, aunque no sé dónde ni cómo se coge. Sin duda, si volviera a hacer el descenso de la Vallée Blanche, cogería el tren. El tramo final (subir la montaña y bajar por la pista forestal) fue lo más pesado de toda la excursión, y nada recomendable; pero ya se sabe que todo lo bueno cuesta y son estas cosas las que convierten un descenso de montaña en una gran proeza.
Una vez en casa, y descansados, ya apenas recordamos el esfuerzo físico y todo queda en anécdotas. Fue un gran día de esquí y de aventura. Todas pasamos nervios y agotamiento pero valió la pena. Recomiendo y recomendaré el descenso a todo esquiador que quiera probarlo, pero siempre avisando del esfuerzo que representa -esto en los vídeos promocionales no se percibe!